Les traigo una propuesta que apalancará su liderazgo de forma inmediata: exploren el poder de hacer lucir al otro.
En una de mis lecturas me encontré con la siguiente anécdota sobre William Gladstone y Benjamin Disraeli, quienes se desempeñaron en el cargo de Primer Ministro del Reino Unido en el siglo XIX. La historia cuenta que cuando una persona cenaba con Gladstone salía con la sensación de que el Primer Ministro era la persona más perspicaz, inteligente y encantadora jamás conocida. En cambio, después de una cena con Disraeli, la persona salía pensando: “soy la persona más perspicaz, la más inteligente y la más encantadora del mundo”. Como dice Daloz Park[1]: “uno brillaba, mientras el otro creaba un ambiente para hacer brillar a los demás”.
Con algo de intención se pueden crear ambientes de ese estilo. El año pasado dicté un taller a empleados de Trade Alliance Corporation. Esta empresa tiene, paralelo a su misión, algo que llama su “Why” (el por qué) y dice así: “Hacer sentir bien al cliente, que se reinvente y se luzca en todo momento y en todo lugar”[2]. Tiene sentido. Es una empresa de moda. A medida que planeamos el taller, ese why adquirió una dimensión completamente nueva. ¿Qué tal si la idea de hacer lucir al otro trascendía al cliente y se convertía en un principio para el trabajo en equipo de los empleados? Con esa intención, le hicimos un ejercicio a más o menos setenta de sus colaboradores. En parejas, se retrataron los unos a los otros, intentando encontrar el mejor ángulo y buscando la mejor luz; de forma que cada uno de ellos viviera la experiencia de ser apreciado, de que se resaltara su belleza. Esa actividad nos sirvió de base para experimentar algo que falta mucho en los espacios de trabajo: ser vistos. Que otros nos noten, nos dediquen un rato, reconozcan nuestro valor y lo hagan relucir ante nuestros colegas. Los sentimientos positivos que resultan del reconocimiento fortalecen la confianza, mejoran relaciones interpersonales y tienen un impacto positivo en la satisfacción en el trabajo.
Hacer lucir al otro está en el corazón del teatro de la improvisación. El actor Daniel Orrantia me cuenta que cuando un actor está en el escenario centrado en verse bien él, pierde de vista al otro y el acto simplemente no sale tan bien. En cambio, cuando el actor centra toda su atención en su contraparte y se esfuerza porque en el escenario ese otro se vea lo mejor posible, el acto fluye y ambos se lucen.
Personas como la Madre Teresa parecían tener esto claro. Aunque los que la conocieron cuentan que ella tenía su geniecito, también dicen que cuando se hablaba con ella, era como si el resto del mundo desapareciera y solo existiera uno. Ella miraba fijamente y escuchaba cada palabra. Uno existía. Sin importar el rango o la fama. No me extraña que mucho de su carisma viniera de esa habilidad de hacerlo sentir a uno así. Y es que a veces hacer lucir al otro no significa dejar que se robe el show. A veces sólo significa escuchar con atención. Apreciar.
Para dar el ejemplo opuesto, no puedo dejar de pensar en el video viral de Trump con Angela Merkel después de una reunión oficial. La prensa les pide que estrechen manos y Trump activamente parece ignorar a Merkel. Retira su mirada. No solo la humilla, sino que también queda como un patán. Esto puede parecer un caso extremo, pero ¿cuántas veces nos pasarán cosas más sutiles en donde hacemos exactamente lo mismo con nuestros colegas? Haciéndonos los locos, como si no estuviéramos ahí.
Es posible que muchos de ustedes estén en posiciones de liderazgo porque saben y practican hacer lucir a los demás. Pero también es posible que el liderazgo y el éxito nos haya llegado a raíz del ensimismamiento y el narcisismo. Esta semana los invito a que lleven su liderazgo al siguiente nivel explorando esta práctica tan sencilla. Si lo hacen, me encantaría escuchar cómo les fue.
Tatiana Rodríguez Leal, PhD.
https://www.youtube.com/c/tatianarodriguezleal
[1] Daloz Parks, Sharon (2005), Leadership can be Taught, Harvard Business Review Press, Boston, MA.