Con motivo de la culminación de Race to Imagine International se llevó a cabo un conversatorio en el que tres emprendimientos que llevan historias de paz y reconciliación fueron los protagonistas. Estas historias son contadas por Robert Max Steenkist, quien recrea esos testimonios a través de una serie documental que se llama Posconflicto. Con esta serie, Steenkist –junto a Diptongo Media Group– busca resaltar la elección de la productividad como una herramienta para salir de la ilegalidad, de la guerra, de la pobreza y el distanciamiento. “Contar historias desde el inicio de la humanidad ha sido la manera más eficiente para generar comunidad”, resalta.
Diptongo es un emprendimiento, una productora que tiene un enfoque hacia las historias apasionadas. Robert destaca que en él siempre ha existido ese llamado al emprendimiento, “Todo nace de la frustración de vivir en un país tan violento y tan duro, es lo que personalmente me animó a hacer esto, para sentirme parte de la solución y no el apático que vive en la burbuja de la ciudad”.
La primera historia que se compartió en el conversatorio fue la de Maximiliano Sánchez, un emprendedor de ecoturismo que viene desde la selva de la Amazonía colombiana donde solo hay una pista de aterrizaje y llegan únicamente avionetas de cinco pasajeros. Maximiliano es de la comunidad indígena de Pacoa, Buenos Aires, en el Vaupés.
Cuenta que el turismo en esa zona inició en el año 85, aproximadamente.
“Cuando las personas de otras ciudades empezaron a visitarnos, nosotros no sabíamos qué hacían o quiénes eran los turistas. Luego, entre el 95 y 96, llegaba más gente a conocer y a tomar fotografías. Desde los 15 años yo empecé a tener liderazgo en la comunidad y aprendí sobre turismo y sobre cómo se organiza en territorios indígenas”.
Este emprendedor de ecoturismo en el Vaupés resalta que es importante que quienes los visitan estén felices, conozcan y respeten su cultura para seguir aprendiendo a cuidar su territorio.
Con este conversatorio se dio por terminada la Semana 13: Race To Imagine International
Mayra Ruíz es la protagonista de la segunda historia que se presentó en el panel. Una mujer de origen campesino, emprendedora de café que sigue el legado de sus padres y hace parte de la cuarta generación productora de café. Conecta y acompaña a comunidades indígenas de Planadas, Tolima.
Mayra cuenta que el 95% del café que se produce en Colombia, se exporta; y el 90% de lo que se consume en el país, se importa. “Empezamos a entender que en los mercados sofisticados el café vale por lo que sabe y no por lo que pesa. Decidimos salirnos de ese mercado tradicional en el que estuvieron mis anteriores tres generaciones. Ha sido un gran camino en que el hemos conocido gente maravillosa”. Así nace Tabor Coffee Tolima.
Esta emprendedora cuenta que luego de salir del país a estudiar vuelve con ganas de retomar las labores del campo. Luego de un trabajo en comunidad, explorar cafés de especialidad y la formación, empezó el cambio de mercado tradicional al de especialidad; y hoy en día venden dos millones de kilos al año.
“El café es una excusa para que la gente viva bien. Cuando se firma el Acuerdo de Paz pensamos en ayudar y empezamos a trabajar como operadores de proyectos productivos enmarcados en la implementación del Acuerdo”.
Hace un llamado a la sociedad para ayudar con pequeñas acciones a la construcción de una paz estable y duradera, por ejemplo, consumiendo cacao y café producido en el país por campesinos y por excombatientes.
El conversatorio finalizó con la historia de Juan Antonio y Nicolás Urbano, padre e hijo. Su historia inicia con la producción de esmeraldas en el occidente de Boyacá, una de las razones por las que se generó violencia en este territorio por 30 años. “El occidente de Boyacá todavía es conocido por la guerra verde, pero queremos decirle al mundo que esa guerra ya no existe. Hoy tenemos una región en paz y la esmeralda es motivo de orgullo para toda Colombia”, cuenta Juan Antonio.
En su relato continúa diciendo que por los años 97 y 98 encontraron los cultivos ilícitos como un elemento que podría permitirles seguir con ese flujo de caja que les daba la esmeralda. “Pusimos en riesgo nuestro proceso de paz, la integridad de nuestras familias y el bienestar de una región que venía trabajando un proceso de paz”. Cuenta que su hijo Nicolás lo acompañaba al laboratorio en el que producían pasta de coca, algo que lo hizo reflexionar y pensar en la legalidad como una mejor opción para que su hijo no se convirtiera más adelante en un ‘raspachín’ o traficante.
A su turno, Nicolás cuenta que creció viendo esa transición de la guerra a la paz, “era común ver violencia, ver balaceras y muertos. Luego, tuve la oportunidad de pasar a la Universidad Nacional y en mi tesis de grado nace la idea de seguir el ejemplo un campesino que transforma el mucílago del cacao en whiskey de cacao”. Luego de graduarse, comenzó a dirigir la empresa Distrito Chocolate Café –empresa de Juan Antonio, su padre–; y hoy trabaja con Cacaoteros, Chocolate que une corazones. “Buscamos ser la excusa que une al mundo en torno a un chocolate”.
Juan Antonio cuenta que Distrito Chocolate es el cumplimento de un sueño campesino, en el que el cacao se convierte en la principal alternativa para la sustitución de coca.
“Llegamos a un acuerdo con el Estado para la sustitución y constituimos una alianza. Más de 1.200 familias acudimos a ese acuerdo y en menos de tres años erradicamos más de 7.000 hectáreas de coca”.
Los protagonistas de estos emprendimientos coinciden en que es trabajo de todos aportar al desarrollo social y equitativo del país. La construcción de paz se mantiene visibilizando y apoyando historias como estas que se convierten en estrategias que ayudan a la construcción de país.
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